No he podido resistirme a la última entrega de Isabel Allende, El viento conoce mi nombre. Me ha parecido especialmente interesante la denuncia que hace la autora sobre las crueles políticas de inmigración de los EEUU que separan a los niños de sus padres, nada más cruzar la frontera.
La historia merece la pena por este y por otros motivos. El libro comienza así.
Os dejo aquí algunas citas que seleccioné:
El caso de Anita es poco usual, lleva más tiempo aquí de lo habitual por un embrollo administrativo.
Le contó que algunos centros para chicos mayores, que a menudo llegaban solos, eran verdaderas prisiones, como el caso de una inmensa bodega de un supermercado en Texas o una base militar en Florida. Había algunos manejados por empresas privadas, interesadas en mantener el mayor número de niños por el máximo de tiempo, ya que la ganancia era enorme. Para el Gobierno el costo diario por niño era altísimo.
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—Sabiendo que pueden quitarles a los hijos, no entiendo cómo esa gente corre el riesgo de cruzar la frontera —dijo Frank.
Ella le describió la situación de la cual estaban escapando. La mayoría provenía de Guatemala, El Salvador y Honduras, el infame Triángulo Norte, una de las regiones más peligrosas del mundo, donde la pobreza mata lentamente, la violencia doméstica mata a las mujeres, las pandillas, los narcos y el crimen organizado matan con violencia y los gobiernos corruptos matan con impunidad. No era extraño que algunos refugiados prefirieran no volver a ver a sus hijos antes que recibirlos de vuelta,
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—Eso no le corresponde al Gobierno americano.
—Los americanos provocaron gran parte del desastre en esos países. Para acabar con los movimientos de izquierda, armaron, adoctrinaron y entrenaron a los militares, y financiaron la represión. Aquí se justificó como expandir la democracia, pero hicimos exactamente lo contrario: derrocamos democracias e impusimos dictaduras brutales para defender los negocios de las empresas americanas.