PASIONES (ROSA MONTERO)

Rosa Montero recorre en este compendio de  biografías noveladas,  grandes PASIONES de la historia y explora su naturaleza dando cuenta de la inherente carga de tragedia que se concentra en cada una de ellas: Rimbaud y Verlaine, Cleopatra y Marco Antonio, Liz Taylor y Richard Burton, Robert L. Stevenson y Fanny Vandegrift ...

CITAS

Cuando se conocieron, Paul Verlaine tenía veintisiete años, estaba casado y era un poeta bastante famoso, mientras que Jean Arthur Rimbaud tenía dieciséis años y era un oscuro provinciano que escribía versos turbadores. Se encontraron en París, en septiembre de 1871; dos años más tarde, Verlaine intentó matar a tiros a Rimbaud. Entre medias se extiende la agonía de una pasión perversa y degradante. Fueron, como dijo Rimbaud, compañeros de infierno.

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Stevenson quedó prendado desde el primer momento de ella, pero a Fanny le llevó unos cuantos meses enamorarse de él. Fanny tenía treinta y seis años; Robert Louis, veinticinco. Era un joven delgadísimo que vestía unas absurdas chaquetas de terciopelo ajado; parecía un tipo raro, pero, cuando se ponía a hablar, embelesaba.

CONCURSOS DE NARRACIONES CORTAS LUIS LANDERO

Os dejo aquí las BASES

Recordad que el plazo es hasta el 19 de enero.

SARA MESA Y UN AMOR

Leo por primero vez a Sara Mesa (más bien la escucho, porque he utilizado la versión audiolibro) y Un amor me deja bastante desconcertada. Aunque me ha gustado. Inquietante y perturbadora novela. Es el no idilio de la vida rural, una especie de versión dark del Beatus ille. Todo es desasosegante para Nat, la protagonista, y, la verdad, quienes tenemos pueblo, sabemos y entendemos perfectamente lo que le acontece. El episodio de su intensa pasión por Andreas y la personalidad de este completan su cuadro de infelicidad. Isabel Coixet ha llevado la historia de Sara Mesa al cine, y... estoy deseando verla.

 En cualquier caso, os animo a leer la novela.

Os dejo también el trailer de la película

Algunas citas:

–¡Pero no puede entrar aquí sin avisarme! ¡Ni siquiera debería tener llave! ¿Quién le ha dicho que puede abrir la puerta cuando quiera?

Él vuelve a reír.

–Chica, no te me pongas legalista. Ya te dije que pensé que no estabas.
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–Puedo arreglarte el tejado a cambio de que me dejes entrar en ti un rato –dice.

Nat se repetirá esas palabras después, una y otra vez, hasta temer haberlas inventado. Él no dice a cambio de acostarme contigo. No dice, ni mucho menos, ninguna otra expresión más o menos ofensiva que signifique algo parecido
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Y ella, piensa, se había empeñado en traducirlo, en llevarlo a su terreno. Qué absurda pretensión, se dice. Si no fuese ridículo, sería hasta divertido.